Se levantó la solapa y siguió andando. Se puso los rulos y salió a la calle. Toda la gente le silbaba al pasar y le gritaba guapa. Entonces ella se giró y le vio. Le vio el tanga que llevaba rosa, más hortero que el de la Belén Esteban. Le pegaron una voz y le dijeron: "¡¡Guarrilla!!" Entonces decidió cambiar su estilo de vida y se subió el pantalón. Lo primero que hizo fue ir a la peluquería y teñirse el pelo de negro, porque antes lo tenía rubio puta. Se reconcilió con su madre, fue a casa, a su habitación de pequeña y se fijo en un peluche al que le faltaba un ojo. Entonces recordó una historia de su infancia en la que jugaba con su osito, hasta que llegó su hermano con un cuchillo, enfadado por haber leído su diario y le amenazó con sacarle un ojo al oso. La niña se puso a llorar y se fue corriendo a su guarida secreta, que era el desván de la casa. Empezó a rebuscar entre muebles llenos de polvo, abrió un cajón y se encontró una caja de música que le regalo su madre. Al abrirla vio un botón semiescondido. Lo pulsó y vino un torbellino de aire, que la introdujo en un mundo mágico. Entonces se dio cuenta de que veía a través de los ojos de su osito. En un principio no enfocaba bien, no entendía qué cuerpo había frente a ella. Se acercó y la imagen se hizo más nítida: era su hermano, que se acrcaba con el cuchillo en la mano. Se dio cuenta de la clase de familia que tenía, y que su oso era lo único que quería. Y de la rabia se arrancó el ojo. Ah, vale, que no estaba dentro del oso. El ojo se lo arrancó la niña al oso de la rabia. Vio que arrancarle el ojo le dio mucho placer, gozó, y empezó a desarrollar una doble personalidad. Un día, soñando, se dio cuenta de que quería matar a sus padres. Y corriendo volvió a ir al desván, y se inventó una historia:
Una cafetería un hombre y una mujer se conocieron, con mirada indiscreta se miraron, con una nota se dieron los teléfonos y se citaron. Y se excitaron. Quedaron en irse a tomar unas cañas (tía que ganas): Cruzcampo, 1926, etiqueta dorada. Entre conversación y conversación, dedujeron que los dos tenían un perfil en Meetic, y ella dijo: "yo me llamo Piolina". Con las conversaciones, se les hizo de noche, y comenzaron a caminar por el muelle, hasta llegar a un bonito puente desde el que se observaba la luna llena. Él quería susurrar su nombre a la luna, pero no se atrevía por si se le aparecía el diablo. Así que, como tenía vergüenza del nombre, y no se sentía preparado para llamarla Piolina, decidió llamarla al oído Tweety; a la chica se le estremeció el cuerpo, nunca la habían llamado así. Le preguntó por qué la llamaba así, y él le dijo que además de por su nombre era porque la luz que se reflejaba en su piel era tan dorada como los cristales de la farola que iluminaban la calle. Ella sintió que ese hombre era el definitivo, por fin lo había encontrado. Se tocó el bolso y encontró lubricante, y al lado las píldoras que tanto le gustaban. Ella le invitó al hotel, como las mujeres del siglo XXII. Estaba harta de los fracasos sentimentales. Tras una noche de pasión y locura llegó la mañana siguiente, cuando se despertaron y ella intentó volver a hacer el amor, él le dijo que si lo hacía le costaría el doble; se dio cuenta de que era un prostituto. Pero ella lo pagó. Y los dos comenzaron sensualmente a quitarse la ropa. Ella se imaginaba a Christiano Ronaldo. Se tocaron las manos y se tumbaron en la cama. Entonces llegó el ñaca ñaca. Solamente le acarició los labios, ella a él. Y empezó a bajar hasta chuparle los pezones untados en chocolate. Cuando lo tuvo tan cerca pensó que la imagen era un poco desagradable. Ella era más de merengue, y le pidió que se pusiera merengue en lugar de chocolate en los pezones. Entonces Tweety empezó a morderle el vientre hasta llegar a su ombligo. Ella pensó que acariciarle el ombligo con su lengua no era sensual, entonces decidió dedicarse a lamerle otra parte. Atravesó su selva de pelos, y se dio cuenta de que no la tenía dura, y el tío tenía los ojos blancos. Pensó que tenía un ataque epiléptico, y se marchó de la habitación pensando: "¡A mí que no me joda! ¡Nunca hay que mirar para atrás, hay que mirar al frente como los valientes!" Dejó la mente en blanco, como tenía los ojos él, y mirando al pasillo orgullosa de lo que hacía descendió las escaleras. Decidió escribir un libro sobre la siguiente historia:
John golpeó aquella bola como nunca lo hizo. La mandó al infinito. Toda la grada rugió su nombre. Miró al cielo y vio como llovían papeles de colores. Entonces se dio cuenta de que no era el día más feliz de su vida, que le faltaba algo: acordarse de lo que había pasado los últimos 20 años, porque por causas ajenas a él perdió su memoria hacía un año. "¡Es el final de John!", pensó. Uno de los papeles de colores era dorado: era el escarabajo que voló hacia el Sahara para conocer a Lucía Lapiedra.
FIN.
(Historia de un sábado noche, creada por nueve Erasmus en Dijon una blanca noche nevada)
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